enero 24, 2007

Un cuentito de Gottling

La tentación del rouge incendiario
El pobre Hermes, atractivo cuarentón en desuso, estaba en reparaciones, en dique seco, cumpliendo un rito de hombre solitario: cenaba solo, esta vez en cálido bodegón de Ecuador y Arenales. Almorzar en soledad es un inconveniente, pero cena sin el mínimo cenáculo es, realmente, una maldición bíblica. Terminaba mal una noche que había empezado peor: a las nueve, su ex mujer rebotó intentos de reconciliación, convenientemente asesorada, hastiada por hábitos musulmanes de su cónyuge, en eso de acopiar mujeres. Hermes, el pillo, importante abogado, es gerente en un organismo oficial, tiene fama de incorrupto —lo es—, no exhibe otra flaqueza que esa debilidad adolescente por las minas, sobre todo las de rouge incendiario.

Después del segundo café, irrumpe la tentación. Es alta, extremadamente delgada, suficientemente joven. Y encaradora. Se le acerca y con acento madrileño le pregunta, justo a Hermes, si allí sirven cerveza a una mujer sola. Antes de los dos minutos, Rosaura está sentada, en los prolegómenos de la aventura.
Los menesterosos de compañía, infectados de soledad, saben que el virus ataca de noche. Los que se sirven de ellos los detectan con facilidad, como si llevaran un cartel luminoso. Han hablado poco, aterrizan en el departamento donde pernocta Hermes, chocho con la turista, piensa en Victoria Abril, se le hace agua la boca. Rosaura se ha descalzado hasta la nuca, a Hermes el primer trago se le subió a la cabeza. Será lo último que recuerde de la moderna "viuda negra". Despertó a mediodía, rodeado por el portero, un policía, dos empleados de la oficina, una prima piadosa y preocupada, un cerrajero y, también, su ex mujer. Absolutamente intoxicado, le lavaron el estómago en el Fernández, le recomendaron reposo. Los de la oficina ya tienen cuento para pasillo, el portero chisme para la puerta. Hermes está incendiado. Rosaura, con diez horas de ventaja, se llevó todo: computadora, televisor, algunos dólares, cuatro trajes, todo envuelto en la cortina de baño. En el apuro, se olvidó la soga de colgar la ropa, le podrá servir para ahorcarse.
No hubo denuncia, tiene sabor a culpa. Esa noche durmió en el suelo. En sus pesadillas no hubo lugar para Rosaura o el papelón, sólo la mirada vacía de su ex.

Gracias Alemán! Te imagino entre las nubes, rodeado de boquiabiertos escuchándote contar anécdotas nocturnales.

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